QUITO, NUESTRA CAPITAL
Maravillosamente, Luz de América
Diseñado por: Cantillo Studios |
La vida del centro histórico de
Quito transcurre envuelta de colinas verdes y volcanes. Al frente, una maraña
de casas, iglesias y plazas organizadas en el tradicional modelo de damero de
origen colonial, que se va adaptando caprichosamente a las variaciones del
terreno. Tan solo hay que alzar la vista y disfrutar del espectáculo de la
cordillera de los Andes. Al girar el rostro hacia el oeste, la vista choca de
frente con el majestuoso Pichincha (4.794 metros), el volcán que le da nombre a
la provincia.
No debemos olvidar que Quito
(2.850 metros) es una de las capitales que están a mayor altura del planeta.
Para compensar la disminución de oxígeno en el aire, mejor si las primeras 24
horas se evitan los esfuerzos físicos. Luego de esta breve adaptación, toca
explorar una parte de los cuatro kilómetros cuadrados de superficie que abarca
el centro histórico, uno de los más grandes de América. Recorrer sus angostas
calles, es un verdadero deleite. Prácticamente cualquier edificio con el que
topemos nos regala algún detalle para la retina. Predomina la arquitectura
residencial y comercial; casas señoriales de una o dos plantas con techos
artesonados, balcones, amplios ventanales rebosantes de macetas, terrazas y
balaustradas. Las casas están pintadas en una gama de colores pastel verde,
beige, amarillo en incluso azul, concediéndoles un pintoresco aspecto que tanto
gusta al objetivo fotográfico.
El centro histórico es también un
excepcional ecosistema humano. Todavía pululan en la plaza Grande los
fotógrafos -una especie condenada a la extinción-, que retratan e imprimen al
instante tu paso por la capital, curas franciscanos con sus típicos hábitos
marrones y vendedores que ofrecen un sinfín de productos: hojas de coca,
cordones, enhebradoras de agujas, tartas, pulseras, estampas de la virgen o
café soluble.
Las mujeres indígenas caminan con
sus hijos recién nacidos a la espalda, protegidos por una chalina, con su
sombrero y trenza -o guango- de un negro abisal. Siempre encuentras artistas
callejeros, ganándose la vida improvisando a ritmo de rap o bien con los
pasillos tradicionales, canciones de corte melancólico y romántico. También
hacen presencia los ancianos que salen a leer el periódico radio a ver la vida
pasar, los turistas armados con sus futurísticas cámaras, los curiosos, vecinos
de toda la vida y cuenta cuentos, conformando todo un singular retablo humano.
Quito, capital patrimonial
La arquitectura religiosa tiene
un papel predominante en este conglomerado arquitectónico de la ciudad de
Quito, fundada en 1534. La iglesia más destacable es la de La Compañía de
Jesús, uno de los mejores ejemplos del barroco de todo el continente americano.
Su construcción comenzó en 1605, se necesitaron 160 años para finalizarla. Da
la bienvenida una imponente fachada minuciosamente tallada en piedra volcánica,
con cuatro columnas salomónicas, dinteles y hornacinas, que albergan figuras de
santos, entre los que se encuentra Ignacio de Loyola, fundador de la orden. El
interior está completamente revestido de pan de oro, cada rincón destella luz,
generando un efecto óptico de epifanía, de un mundo fuera de este mundo.
Destaca el profusamente decorado
altar mayor, de tres cuerpos, construido en madera de cedro y revestido
íntegramente en pan de oro respetando el principio del barroco horror vacui,
con sus respectivas columnas salomónicas, nichos, frisos, molduras y el omnipresente
relicario.
La Iglesia de San Francisco es
otra de las joyas coloniales de Quito. Con sus tres hectáreas de superficie, se
trata del mayor conjunto eclesiástico urbano de Sudamérica. San Francisco se
erige en una hermosa plaza adoquinada con la que comparte nombre, rodeada de
tiendas y restaurantes. La iglesia principal data de 1535 y está construida
bajo la influencia de varios estilos arquitectónicos, como el renacentista, el
barroco o el mudéjar, con una extensa representación de cuadros y esculturas de
la famosa Escuela Quiteña. El interior de este complejo religioso es asombroso.
Alberga 13 claustros, tres templos, una escuela, conventos, jardines, huertos,
un museo de arte colonial, una verdadera ciudad conventual.
Hay que destacar el importante
esfuerzo que los hoteleros han hecho para poder alojarse en el centro
histórico, algo que hasta hace poco era difícil, por la falta de oferta. Si
visitas Quito debes vivir la experiencia en esta maravilla patrimonial.
Precisamente una de las mejores
vistas de la plaza de San Francisco es desde la terraza del Hotel Gangotena. Se
trata de una antigua mansión de principios del siglo XX construida bajo las
premisas del art déco, con grandes candelabros, cortinas de satén, esculturas y
fastuosos salones para tomar un té rodeado de orquídeas multicolores, endémicas
del Ecuador. Su restaurante está considerado como uno de los mejores de la
ciudad.
Plaza San Francisco
De vuelta a la cotidianidad de la
calle, es visita obligada la plaza de la Independencia, también llamada plaza
Grande, el lugar donde con más fuerza palpita el pulso del Quito antiguo. Aquí
descansa el soberbio palacio de Carondelet, la sede presidencial. Frente a él
el Ayuntamiento de Quito. En otro de sus costados destaca la catedral y en el
antiguo palacio Arzobispal, transformado en un pintoresco patio de comidas,
rodeado de historia, donde comer algunas de las comidas tradicionales, como la
fritada (trozos de cerdo fritos en su grasa, acompañados de aguacate y mazorca
de maíz), el locro de papa (una sabrosa crema elaborada con leche, patata y
queso) o el siempre efectivo ceviche de pescado (pescado cocinado en limón y
aderezado con tomate y cebolla).
En el centro de la plaza está el
monumento a la Independencia, una robusta columna conmemorativa, punto de
encuentro y centro de manifestaciones, que nos recuerda donde aconteció el
primer grito de independencia de toda Latinoamérica, un hecho histórico que le
ha dado a la ciudad el sobrenombre de: “Quito, la luz de América”.
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